Mala compañera de viaje
se cruza en el camino
temiendo un cruel destino,
sabedor de su chantaje.
Se ensombrece el paisaje,
desaparece todo trino
y no hay brebaje ni vino
que aligere el equipaje.
El cerebro y su solo mensaje
una y otra vez sin tino
jugando a ser adivino
va mermando el coraje.
El corazón surca un oleaje
ni apacible ni cristalino
sino más bien negro y ladino
que pone a prueba su bagaje.
Una fuerza salvaje
atenaza su cuello fino;
su esfuerzo anodino
es inútil ante el abordaje.
Y no existe ya vendaje
que exima del repentino
reclamo del divino,
de mostrar vasallaje.