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El Punto y la Coma.

Hace unos días fui a un supermercado a comprar algunos productos alimenticios para empezar mi dieta de los puntos. Por si alguien no lo sabe, consiste la susodicha en asignar un número determinado de puntos a cada alimento y al final del día no sobrepasar una puntuación comprendida entre 17 y 19.
Mientras repasaba, sumando con los dedos, si el total llegaba a 80 puntos para tener suficiente comida durante cuatro días, la coloqué en la cinta sin fin. La cajera, que le dio a la hebra con los anteriores clientes, me miró y dijo: “¿sabe usted que yo me llamo Matilde?” Azorado, negué moviendo la cabeza y ella siguió hilando su discurso. “Pues mire usted, en casa me llaman Tilde y me enfado mucho, hasta zapatear como Lola Flores en pleno éxtasis, y les grito que no, que yo me llamo Coma” Yo, con un pepino en la mano, balbuceé que no me
parecía muy bien el boicot que su familia le hacía.
Ella crecida, al verme con el pepino pensó que yo era la sota de bastos, y siguió con su discurso. “¿Sabe usted que soy licenciada en Filología Hispánica y que no he encontrado nada más que trabajos de camarera, dependienta, cajera y limpiabotas en el casino de mi pueblo? Pues le voy a decir una cosa, yo aplico la Filología a todas las situaciones y actos de mi vida.”
Enarqué las cejas y, asintiendo con los hombros, la animé a que siguiese contándome sus penas. “Pues mire usted, cuando tengo un proyecto de novio que me gusta, le permito tres renuncios en la relación, que equivalen a tres puntos y seguido. Al tercer punto y seguido le doy el punto y final o le pongo una raya negra en mi lista, como usted prefiera”
La cola de la caja estaba creciendo, como si fueran puntos suspensivos en fila, ya que era la única cajera que había en ese momento. Yo, entusiasmado con sus explicaciones, me estiré más orgulloso que un signo de exclamación y miré a los demás clientes que cuchicheaban en corrillos como si estuvieran encerrados entre paréntesis. Moví las manos hacía arriba varias veces, invitándola a continuar y ella se creció como los toros con el castigo.
“Pues mire usted, si veo que es un tío medio raro ni lo intento, que el signo de interrogación ya se sabe que puede traer cosas buenas .. o malas. Si se me ponen altaneros, les aclaro las cosas con dos puntos muy rotundos y poniendo los puntos sobre las íes. Alguna vez que he tenido pareja estable, cuando les he pillado con otra les he dicho, con muy mala leche, que ellas son simples comillas y que yo soy la auténtica coma”
Ya había soltado el pepino y me abanicaba con una lechuga, por el sofocón me entró, cuando me dio la cuenta y, mirándome a los ojos, me dijo: “Usted tiene cara de punto…. Filipino”.
No pude, durante más tres meses, quitarme de la cabeza la imagen del punto y la coma tumbados en medio de un párrafo.
Cnn26 de octubre de 2015

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