Nos amoldamos a la masa tuerta, enferma con la tecnología y las modas pasajeras, construyendo una falsa realidad para superar de los demás sus expectativas, para demostrar que somos mejores y eso no transforma en copias baratas sin personalidad ni entendimiento, con cerebros del tamaño de la nuez, o de su hueso, convirtiéndonos en simples muñecos de lana sin alma.
Silenciamos nuestros sentimientos, anteponiendo el deber al deseo y a su vez el deber nos vacia por dentro, careciendo de educación y respeto, a veces hacia nosotros mismos, otras, hacia el resto, eso nos hace dejar de estar cuerdos.
Consumimos, desperdiciamos e invertimos en vicios y pasatiempos para evadirnos de la sociedad a la que pertenecemos.
Andamos con chalecos antibalas de papel para protegernos de los disparos que recibimos en el pecho sin mostrar signos de humanidad en nuestros cuerpos.
Viramos el rostro ante situaciones desagradables, mientras nos sean ajenas, no empatizamos con los débiles decidimos utilizarlos para engrandecemos, solo cuando dejan de tener valor, los tragamos masticamos y escupimos junto al resto de basura que pisamos.
Somos egoístas natos, con la mirada siempre en lo ajeno y la carencia, pecamos de benevolencia cuando decimos que obramos con el bien para calmar nuestra consciencia.
Formamos una sociedad fuerte pero con las raíces podridas, la que utiliza el miedo y la ignorancia como arma política y aparta la cultura y la filosofía de la educación publica.
La que se comunica a través de una pantalla, ignorando el mundo que la rodea.
La sociedad con la que no simpatizo, pero para sobrevivir necesito de ella.
