Los poetas, como las madres, concebimos nuestros textos entre gritos, sangre y desaliento.
Muchas veces, -aunque lo neguemos- desarrollamos aires de favoritismo con algunos versos, por las certezas que albergan en sus aforismos.
Poemas que afloran sensaciones y texturas que solo el autor puede ser partícipe y testigo, puesto que las palabras transforman en música lo que nos rodea y nosotros decidimos el compás de sus latidos.
Creamos ilusiones y sueños, a la par que nos rompemos y desollamos cuando algo nos angustia y en un texto lo plasmamos.
Perecemos, pero en un grito de guerra decidimos engrandecernos y cambiar la perspectiva de nuestro contexto, es entonces cuando se produce el proceso al que llaman madurez , nuestro vocabulario se torna a más complejo, en un principio con metáforas inconexas y versos imperfectos, pero la esencia sigue intacta, y eso es lo que graba nuestra marca personal en estos poemas haciendo que sean nuestros hijos.
