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El Vitral

EL VITRAL
“Había una vez, en una aldea lejana, de un aún más lejano país, una gran pared de vidrios de distintos colores, era la atracción de mucha gente, ya que se comentaba que aquél que se detenía a observarlos por un tiempo prolongado, comenzaba a sentir un calorcito en el pecho, muy cerquita del corazón, que por un extraño sortilegio se ablandaba y dulcificaba.
El vitral te daba la entrada a la casa, pero no siempre había existido. Su aparición había sido producto del misterio y los desperfectos residuales que se amontonaban al costado de la mesa de trabajo de un anciano, que se dedicaba a tallar las más preciosas piedras que hallan existido…” Así comenzó su relato Manuela a un público que la miraba embelesado: sus cinco nietos que en ese momento, se olvidaban de las rencillas que hasta hace poco alborotaban la casa, contrastando con el silencio ahora reinante.
La madre de los niños, hija de Manuela, desde la habitación contigua se asomó sospechando una travesura, y al verlos sonrió acercándose sigilosamente. “ …era tal la fama que se había ganado” –continuó Manuela- “ que príncipes y reyes viajaban días y noches enteras para comprarle un obsequio a sus amadas, que deslumbradas caían a sus pies. El anciano trabajaba en la puerta de su casa, porque desde allí podía saludar y charlar con los vecinos que pasaban, e invitar a los niños curiosos como ustedes, a jugar con las lucecitas que a instancias del sol y la luna cobraban vida en el polvillo mágico acumulado, escurriéndose entre sus manitas, mientras les contaba historias escuchadas de sus padres y abuelos. Él amaba su aldea, y aunque muchas personas le ofrecían vivir en sus castillos trabajando para ellos, jamás aceptó. Era feliz entre sus vecinos, que lo apreciaban y cuidaban. Sólo tenía una preocupación: ¿cómo podría pagarles a esas personas? Pasaron los años y el anciano cada vez con menos fuerzas, se fue marchitando, cada noche oraba agradeciendo su suerte. Sus últimos trabajos fueron para aquellos que tanto quería, cada uno de ellos recibió una pequeña piedra tallada. Así, murió en paz, rodeado del amor que había sembrado.
Una madrugada, cuando el sol despuntaba el horizonte, a pocos días y tristes todavía por la partida del anciano, un arco iris los saludaba, regalándoles una sinfonía de colores que alegró sus corazones. Al dirigir sus ojos a uno de los extremos de aquel fenómeno, descubrieron el vitral en la puerta de la casa del anciano. Al verlo, comprendieron que donde estuviese, era feliz, siendo ésa su manera de demostrarlo. Desde ese momento, no hubo tristezas ni maldad en aquel lugar…y colorín colorad”
-¡Abuela! ¿El vitral era cómo éste, que hizo el abuelo?-
_Claro, dice la leyenda que en aquella casa donde hay un vitral en la entrada sólo reina armonía y felicidad y no deja pasar los malos sentimientos en los que la habitan.
Mientras los niños dirigían la mirada hacia el hermoso vitral, y por primera vez, se detenían a observar con detenimiento la luz del sol filtrándose por las figuras y hasta llegaron a sentir una tibieza que los acariciaba, de reojo Manuela, vio cómo se alejaba su hija, sin advertir las lágrimas corriendo por sus mejillas…tampoco escuchó cuando decidida tomó el teléfono e increpó a su marido: -¡Al diablo con las reformas! ¡El vitral queda donde está!
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Dalu12 de octubre de 2015

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