Sangre, sangre de mi alma,
poesía alumbrada,
dónde esa claridad densa
que opaque y ensombrezca
la sinrazón de las ausencias,
el dolor por las distancias.
Llanto, llanto en palabras,
versos destronados de inocencia,
cuándo lloverás silencios blancos,
cuándo tu cielo me venga dado
sin que mi averno te contenga.
Acaso deba vivir cien vidas
o morir mil muertes
antes de hechizarte,
antes de saberte pregonera
en mis plazas y en mis calles.
O quizás simplemente adorarte
sin paso franco ni fronteras,
desubicarte,
arrullarte en el aire,
en el agua acunarte,
cantarte en tierra de nadie.
Prender fuegos fatuos entre cipreses
mientras languidece la tarde.