Ay, niña mía, que admiras la poesía,
y ansías ser cautiva de musa.
Dices que de ti escapa, que a tu pluma
fatiga la palabra imprecisa,
que no te inspiran
ni la magia del claro de luna
ni el arrebol del sol que brilla.
Ay, niña mía, si solo tú supieras
de la soledad de todo poeta,
de ahí viene su inspiración.
Mientras tú te entregas
a intensos ensueños de amor
en noches de luna y estrellas,
llora la musa silencios y ausencias.
Pues poetas que cantan alegría y pasión
elevan más su voz por tristeza y dolor
cuando su corazón vacío está de dicha
y su alma llena de pena.
Mas tú, niña mía,
aún posees la cándida ilusión
de una vida nueva.
Vive tu primavera carente de esquelas;
ríe, baila, y ama sin medida,
y deja al verso madurar sin prisa
que en cada poema sangrará una espina
cuando pase el tiempo de las cerezas.
¡Ay, niña mía, no, no quieras
ser tan pronto soneto y rima!