Amado mÃo:
Yo misma me pregunto qué hago escribiéndote una carta. Pero deseaba sorprenderte. Sé que andas por aquÃ, a mi lado, en alguna dimensión cuya entrada por el momento me está vetada.
Han pasado tres años desde nuestro último beso. Desde nuestro último abrazo. Desde que mis manos se posaran con ternura en tus párpados para cerrar tus ojos para siempre. Esos ojos penetrantes y cálidos que me desnudaban cuerpo y alma con su intenso y arrebatado verde musgo, ahora en umbrÃa y ocultos a mi mirar, pero deslumbrantes y cercanos en mi mente y corazón.
Como ves, todo sigue igual en nuestra casa. El reloj de cuco que compramos en nuestra luna de miel sigue presidiendo la chimenea, esa luz y lumbre de tantos inviernos de pasión, siempre eclipsada por el crepitar de nuestro fuego. Y cada vez que el reloj marca las horas, su cantarÃn sonido me recuerda tu risa abierta y franca, cayendo en cascada sobre mis momentos bajos, siempre restando importancia a los sinsabores que la vida nos ha deparado. Sobre la mesita, las fotos de nuestro caminar juntos, durante tantos años Â… La última, cuando ya la enfermedad y la muerte asomaban su inhumana zarpa en tu rostro, y sin embargo, respetando esa sonrisa perlada que me embelesaba.
Miro mis manos ya ajadas por el tiempo, esas manos que tantas caricias te ha prodigado. Nuestro anillo sigue ahÃ, donde fue colocado como dulce promesa de amor eterno el dÃa que unimos nuestros destinos en uno solo. Cogidos de la mano, alentando la vida, hemos escrito muchos capÃtulos juntos en ese libro de amor compartido. Unos maravillosos, otros no tanto, pero siempre unidos. Hasta el final. Hasta que tuve que escribir sola el epÃlogo, despedirte y quedarme doliente y desamparada en la estación, mientras tu tren partÃa en un viaje sin retorno.
Presiento que a mà también me está llegando la hora de la partida. Espero ansiosa el momento de reunirme contigo. Volver a sentir tu presencia fundida en la mÃa. Ofrecerme al arbitrio de ese amor que nunca me ha decepcionado. Sé que me estarás esperando en destino, y la pesadilla de la ausencia habrá terminado.
Quizás por eso te estoy dirigiendo esta carta. Porque necesitaba decÃrtelo por escrito, a modo de pasaporte franqueándome el paso, abriendo la frontera entre tu alma y la mÃa.
Casi siento tu aliento sobre mi cuello mientras estas palabras redacto. Y unos tÃmidos dedos rozando mi nuca, en suave delirio.
Paciencia, amor mÃo. Pronto estaré contigo. Y ya nada podrá separarnos.