El Fruto Prohibido (3)
07 de diciembre de 2008
por danae
Ya al pie del árbol, quedaron en que él se subiría, cogería unos racimos del fruto, y se los tiraría a la niña para que los recogiera. Ella le miraba trepar con admiración; parecía casi un auténtico mono en su medio natural, tenía la misma agilidad y sabía dónde agarrarse y cómo poner los pies para evitar resbalones, y se movía con soltura entre un ramaje demasiado tupido de atravesar sin la necesaria destreza. Subía y subía, y en un momento dado, a pesar del claro de luna y del seguimiento de la chiquilla, ella le perdió de vista. Entonces le volvió a invadir la angustia, imaginándose que tal vez se quedara atrapado por alguno de esos duendes que habitaban en los árboles y no volviera a bajar nunca más. A punto estuvo de gritarle para que respondiera, pero se abstuvo porque ya le advirtió él que no lo hiciera aunque no le viera o tardara en echarle los frutos. Había que estar callados para no alertar de su presencia al dueño del jardín. La señal de que ya iba a dejar caer los racimos era un sonido parecido al ulular del búho y que él imitaba magistralmente. Ella esperaba la señal con impaciencia y con miedo por los dos, y los pocos minutos que transcurrieron hasta que la oyó le parecieron eternos. Pero le vino claramente desde una de las ramas laterales del árbol y se colocó para recibir el ansiado botín.
El chico bajó con cuidado el árbol, mientras que la niña ya había recogido los frutos y se concentraba en la sensación tan agradable que le reportaba sentir la tersura de las pequeñas bayas en sus manos. Ahora vendría la prueba de fuego: comerlas, y así averiguar si realmente valió la pena su objeto de deseo, si tanta violencia interior sufrida para conseguirlo mereció tamaño esfuerzo
Salieron rápidamente por donde entraron, y se escondieron en la plaza, sentándose al pie del roble que había sido su punto de encuentro. La niña seguía acariciando con las manos la suavidad del fruto, y seguía imaginando cómo sabría.
-Eh, venga, a comer. ¿A qué esperas? interrumpió sus ensoñaciones el niño.
-Te esperaba a ti. Tú me has ayudado, así que tú primero contestó la cría, con su habitual generosidad inocente.
-No, yo ya las probé. Ya te dije que mi tío tiene muchos de estos en su huerto. Están muy buenas, mejor que las fresas
Te van a gustar mucho, seguro
-Oye
¿y se pelan? ¿O se comen así?
-Les quitas el rabo, y ya está. Como son pequeñas, es mejor que te eches un buen puñado en la boca para saborearlas mejor . Pero lo mejor es el gusto que te dejan en la boca cuando ya te las has tragado; un sabor muy bueno, como de polvos pica-pica, pero mejor
-Vale, voy
.
La niña preparó un buen puñado de esas bayas, la manita llena. Mientras se las echaba de golpe en la boca, miraba al chico, que estaba muy atento a todo el proceso.
-Recuerda, trágalas y verás qué rico sabor en la boca te dejan
La verdad es que muy bien no le sabían, en principio. Eran ácidas y picaban mucho a la lengua. Pero como ya había sido advertida, se las tragó sin pensárselo dos veces.
No es por nada, pero ese chico no me da buena espina,
ya veremos lo que pasa...
Besos,Danae!