He sido testigo de tu llanto
mientras mis propias lágrimas huían:
para qué el dolor, para qué el quebranto,
pues no hay manera de agotar la agonía,
inútil la espera, imposible el milagro..
Sé que nunca te encontraré en ninguna esquina
esperándome; nunca habrá amoroso abrazo
apretándome, ni calor en mis sábanas frías;
sin embargo, y aunque sea tarde, y el manto
de un invierno grávido me cubra con su impía
blancura, cuántas veces te he sentido a mi lado,
colmándome de amor y ternura, con la alegría
del vuelo libre del colibrí, que feliz ha libado
del ansiado néctar su más dulce ambrosía,
o del lobo alfa que, de la luna enamorado,
vive la noche arrebolado en rendida pleitesía.
Esta es, al fin, mi verdad:
Mía es la soledad de tu verso anacoreta,
míos tus ecos tristes, tus ensueños de poeta,
pues yo, musa silente de tu pena,
lloro contigo un eterno poema
que nunca se escribirá.
A Ojos Profundos
Pues ya lo has escrito, Danae.
En bendita hora, para que nunca lleguemos a sentirnos solos.
El viento se hace presente en mi ventana.
Estoy contigo.
Estás conmigo.