Desde mi balcón, atalaya de tantos suspiros al aire, veo que ya ha girado la oscuridad sobre sus goznes, puerta que ha enclaustrado al ocaso en noche cerrada sobre las aguas salinas. Solo hay un brazo de mar entre tu orilla y la mía. Sin embargo, no es ahí donde se detiene mi mirada, navegando su nostalgia por el paisaje infinito de un cielo que percibo denso y monocorde. Cuando por fin descienden mis pupilas esquivas, se anclan a la luz de las farolas que imagino titilar junto a ti, puntos gualdas en el horizonte. Hay una estela iridiscente de luna plateada que me traza el camino; ondulante sobre el continuo vaivén de las olas, me hipnotiza
Aparto la vista con brusquedad, cierro los ojos con fuerza, y activo otros sentidos.
Ya el otoño mezcla el olor punzante a algas, a salitre, con el olor enmohecido de las hojas caídas; susurran, traídas y llevadas por la suave brisa. Desde la cornisa que techa mi balcón, y que me resguarda, me llega también el sonido de un ligero revoloteo, un leve e intermitente piar de vencejos - aviones emplumados, aterrizados en las oquedades que me son inescrutables. De cuando en cuando, oigo el batir, casi imperceptible, de las alas de un distraído murciélago, aproximándose a la tenue luz que me envuelve.
No estoy sola, pienso
La vida me rodea, y es bella, siempre bella, siempre circular, siempre renovándose
Solo hay que aspirar los aromas que impregnan el aire, descifrar las armonías encriptadas, y observar el presente con el Tercer Ojo- ese que sabe dónde mirar, cómo mirar
Abro los ojos el Ojo - y veo mi triste noche otoñal transformada en hermosa bóveda estival de lluvia de estrellas.