He visto al Amor.
Habita en los ojos de ese hombre cuando mira a su amada.
¿Y quién es ella?, preguntaréis. ¿Quién la afortunada?
No es afortunada, y sin embargo, en cierto modo lo es.
¿Cómo puede ser?
Está muy enferma, muy delgada, con huesos pegados a la piel,
cetrina la tez, pero tan bella, a la vez.
Una gran mujer.
Es bella, porque sí, ante los ojos de él. Su amada, su bien.
Es bella porque sólo habla para agradecerle a su hombre
sus cuidados y atenciones .
Para mostrarse compasiva con quienes padecen como ella
malestares y dolores.
Yo la observo,
y me avergüenza mi pequeñez.
¡Qué lección de vida
me está dando sin querer!
Y veo
cómo él quiere espantarle a la Muerte,
y cómo se esfuerza ante ella
para no mostrarle su miedo
de perderla, de perderse.
Porque la ama
Y veo
cómo ella vaga su mirar por la sala,
mientras decide no quejarse,
ni llorar, ni gritarle que no ve
el final de su tormento.
Porque lo ama
Y me habla de sus queridos hijos,
de sus hermosos nietos,
de estíos pasados
cuando ella los mimaba y cuidaba,
cuando estaba fuerte.
Y es joven aún
Y él la escucha silente,
mas de vez en cuando interviene
para animarla a seguir luchando,
pues se curará
Y entonces, ella le mira
con ese destello de tristeza
que apenas la ensombrece,
tristeza que quiere ocultar,
aprieta su mano con suavidad,
y con tremenda entereza exclama:
Claro que sí, tiempos mejores vendrán
Sí, he visto al Amor
en esa fría sala de hospital.
