Y llovió ... Llovieron torrentes sobre los campos, sobre las dunas de arena, sobre las aguas dulces y salinas, sobre los montes dormidos, sobre el hielo de los glaciares, las nubes vertiendo manantiales inagotables de agua rojiza. Los cielos entonaron su saeta largamente reprimida, gimiendo el viento al rozar las desnudas ramas otoñales de los árboles que se erguían, espectrales y exultantes, ante esta savia de vida cual regalo de los dioses. Los animales se guarecían en cuevas y oquedades, asombrados, expectantes, sobrecogidos ante tal despliegue de la fuerza de la naturaleza, otrora sosegada y tranquila. ¿De dónde provenía lluvia tan sorpresiva?, parecía que se preguntaban, con la mirada fija y perdida, intentando ver más allá de la cortina de agua que velaba su visión de lo que a tiro de piedra simplemente semejaba un esquema brumoso de lo que les rodeaba. Los ríos se desbordaban, inundando la tierra hasta cubrir el poco verde que aún quedaba, amenazando con convertirlo todo a su paso en un inmenso y ocre mar sin orillas.
Y llovió
Llovieron torrentes sobre calles y plazas, sobre cornisas y tejados, sobre balcones y patios. Las alcantarillas no daban abasto para drenar tanta lluvia que caía sin pausa, y pronto se confundían acera y asfalto, mientras el variegado colorido de los autos aparcados, y de los abandonados por sus dueños cuando ya no podían ser arrancados, se homogeneizaba con el teñido bermejo del aire, del cielo y de las aguas. Hasta el amarillo del neón parpadeante de los carteles de anuncios se apagaba en un sepia neutro totalmente irreconciliable con su luminoso destello habitual. No tardaron en vaciarse despachos, instituciones, locales y comercios, la gente corriendo como almas en pena hacia sus casas, todos espantados por esa agua turbia y de color siniestro que empapaba sus ropas hasta calarles la piel, como si pretendiera llegarles al hueso y no secarse jamás.
Y llovía
Y el gobierno federal de la Tierra decretó el estado de emergencia, mientras a la sede central les llegaban las sombrías estadísticas de las víctimas, de todo el desastre que parecía no tener final - porque seguía lloviendo, y lloviendo
Se convocó una reunión de todos los representantes del mundo para ver cómo habría que enfrentarse a la situación, e intentar llegar a las causas de tal debacle de la naturaleza. Pero sobre todo, lo que más preocupaba era el rojo de esas aguas que caían como sangre torrencial sobre la humanidad y todo el orbe. Y mientras se congregaban los científicos en las catacumbas de sus laboratorios y centros de investigación, totalmente incapaces de hilar un discurso racional sobre el suceso, el pueblo lego se lamentaba en todos los confines del globo, asiéndose a sus creencias milenarias, y rezando, cada cual a su modo, a ese ser superior que unos llamaban Alá, otros Dios, otros Jehová, y un largo etcétera sin fin. Ellos sí que conjeturaban sobre las causas, casi siempre enfocadas sobre la iniquidad del ser humano, castigado por las fuerzas divinas o naturales con ese océano rojo de caos y devastación.
Y llovía
Mientras que todos los colectivos responsables de la Tierra discutían qué había de hacerse, seguía lloviendo y lloviendo
Pero al cabo de tres interminables días con sus correspondientes tres noches, la lluvia cesó. Quedaron muy pocos supervivientes de la raza humana, enclaustrados en refugios construidos en los terribles años de la tercera guerra mundial. Cuando el nivel de las aguas lo permitió, salieron al exterior. La visión era dantesca. El aire, viscoso e irrespirable. El paisaje, desolador. Sobre las aguas, nadaban unos seres diminutos que parecían multiplicarse vertiginosamente. Al mismo tiempo, podía observarse otras criaturas algo más grandes - amorfas, aunque vagamente recordaban a insectos, a moluscos, o a peces
Los científicos tomaron muestras del aire y de las aguas para su estudio, y volvieron a encerrarse con sus tubos de ensayo, sus microscopios y su sofisticada tecnología.. Los resultados y las conclusiones que estos generaron les hicieron perder toda esperanza de seguir vivos.
Era la misma lluvia roja que había llegado a la Tierra hacía millones de años, mucho antes de que existiera el hombre. Era la lluvia portadora de la génesis de la vida, el medio de transporte y alimento de los microorganismos que se desarrollaron para originar todos los seres vivientes, plantas y animales, y con el tiempo, el hombre. Se había producido un retorno a un estadio primigenio, junto con la eliminación de lo ya evolucionado. No había explicación para este fenómeno; o quizás, la única posible no era del agrado de los humanos, condenados a desaparecer como en su momento se extinguieron los dinosaurios, pero a diferencia de estos, sintiéndose culpables por la involución que habían provocado. Habían diezmado su entorno y los seres que los habitaban, envenenado su aire, contaminado el espacio; y como consecuencia, el universo se había rebelado en lluvia regeneradora, pero al mismo tiempo, destructora. El círculo se había cerrado: la Gran Regresión había comenzado.