Te apeaste en la estación y yo seguí mi viaje,
llegaste al fin de tu destino con ligero bagaje,
sólo unas flores, un beso, un hasta luego
y yo me quedé con tu adorado recuerdo
preso en mí; con el corazón partido,
con el valor de tu derrota y con mi duelo;
no es aún mi hora, y prosigo mi camino,
pero te extraño tanto, padre de mi amor
A veces te adivino en un pájaro o una flor,
en el susurro del viento, en una canción,
memorias de un pasado que no olvido;
y me miro en el espejo y veo tu mirar
como el mío, tus labios, tu expresión;
renace en mí la niña que desea apoyar
su carita sobre tu pecho, oír tu palpitar,
y ensoñarte en cuentos de feliz final.
Siempre me dejabas ganar, mas ahora,
en la partida real de la vida, debo luchar
por no ser vencida; ya no soy ganadora
como cuando jugabas conmigo; y llorar
quisiera buscando consuelo en tu risa:
No te atormentes, déjalo pasar, no pierdas
nunca tu alegría, me decías; y yo te digo
que la dicha fue haberte conocido, padre mío