Te he amado, sí, envuelta en el frío
de tu hielo; y he ardido en el enero
de tu desidia, avivando las ascuas
de tu fuego con la brisa del deseo;
puede que nunca haya conseguido
ser más que fugaz estrella en tu cielo,
que fuera breve ese instante vivido,
el ensueño de un oasis en tu desierto,
antes de despertarte en ese encierro
que has construido ladrillo a ladrillo
hasta tapiarte dentro; yo, derramada
en el cieno de tu ausencia, tormenta
de arena enrojeciendo el cielo, latido
de vida vencido por tu indiferencia.
Te he amado, sí, tejiendo mis sueños
en el vacío de tu existencia; cayendo
en tu abismo de rencores y duelos;
batiendo mis alas sin izar el vuelo,
a ras de suelo siguiendo las pisadas
en tu camino al averno; entre silencio
y llanto, contemplaba que te alejabas
de mi espacio y tiempo; al infierno
me asomaba contigo; yo, manteniendo
la debida distancia; tú, en macabra
danza sobre su línea; yo te imploraba
que no dieras el salto mortal, temiendo
no verte jamás; qué triste de mi olvidar
que yo sí te quise, mas tú nunca pudiste amar