No, no hay cordura en este sentimiento
que tú me inspiras, y que aún habita
mis noches y días.
No había dulzura en el verde de tus ojos
ni en el vidrio opaco de tus pupilas
en mi despedida.
La sombra de la ira oscurecía tu rostro:
yo ganaba, tú perdías,
o así te parecía.
Mas nada entendiste, como siempre sucedía;
pues si bien fui yo quien dijo adiós,
era yo quien te quería.
Así, en nuestra justa de amor,
fuiste al fin el vencedor
y yo, sin ti, la vencida.
Como siempre un gustazo leerte.
El final es magnífico.
Un saludo.