Déjame que me desahogue, amigo mio, que sé que tú no tienes culpa, pero no sé mejor manera de soltar mis miedos, mis miserias, sin dañar a nadie, solo a tu oído, que ya acostumbré y que tú no alcanzas a reprocharme nunca.
Se acaba un año de miseria. Para mi, para los míos. Tuve que ver como mis hijos sufrían el desamor de sus padres, tuve que llorar en silencio por dormir solo, tuve que agachar mi cabeza y ahogarme en mis mocos. No quería, de repente, más que rutina. La rutina del día a día, la mía, la que todos quieren. Salir temprano al trabajo, volver a tiempo para verlos comer. Dormir su siesta y la mía. Correr al parque y revolcarme en su alegría. Dormir tempranito y vuelta a empezar.
No quise sobrevivir a los míos y los míos se empeñaron en vencerme en esa idiota carrera. Se fueron para siempre dos seres queridos que dejaron desconsuelo unicamente, porque, somos inmensamente felices pero igual de pobres. Y se acabó la rutina al nada de encontrarla. Y vuelta a mendigar labores. Y vuelta a no dormir. Aunque de todo esto al menos gané tiempo para mi y mis hijos.
Y se va este año que odio y que odiaré siempre. Felices fiestas. No, feliz rutina si un día la encuentras.
