No es la primera vez que le ocurría aquello. En la soledad de su estudio se disponía a acabar de una vez por todas. Las lágrimas afloraban ya en sus ojos y descendían mejilla abajo. Aquel afilado cuchillo le devolvía el brillo que faltaba en su vida desde que decidió aquel cambio. Un cambio definitivo. Concluyente. Su vida no podía seguir como hasta ahora, pensaba enjugándose los parpados.
Iba a necesitar hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para pasar a una mejor vida. Y con una recién adquirida confianza en si mismo, dio aquel paso decisivo. Y poniendo en posición horizontal el cuchillo sobre el plato, hizo resbalar la cebolla troceada en la ensaladera. La dieta había comenzado.