-Y la sonrisa abandono mi caraÂ… mientras la luz de la luna dibujaba siluetas inertes en mis ojos helados; cubiertos de niebla sombrÃa, niebla que oscurecÃa mi mirada, pero no mis demás sentidos.-
PodÃa percibir como se acercaba quemando todo a su paso, destruyendo lentamente cada vestigio de vida, desnudando a la oscuridad, que solo era opacada por sus ojos ¡ardientes! ¡llameantes!... que llamaban entre gritos al sufrimiento y a pesar de mi ceguera, percibÃa el dolor que vertÃan sobre mi carne.
Dolor que acariciaba mi piel en cruel intento por despojarme de mi alma, brutal deseo por arrancarla de mÃ, para que fuera una más de su colección; sacarla tal vez por mi boca en forma de grito o de mis ojos en forma de lágrima.
¡Eso no le importaba! el deseaba tenerla en sus manos para sentir como su leve radiación luminosa se extinguÃa al compás de su deseo acelerado, para después ir en buscar más.
Sus manos, esas manos esculpidas por la misma muerte, habÃan arrancado tantos sueños, habÃan hurtado ya tantas realidades. Que el simple hecho de asesinar no significaba nada, lo que movÃa a esa intensa aura de oscuridad, era la luz; luz que manchaba su perpetua negrura, luz que se extinguÃa entre sus dedos inmortales, luz finita que él deseaba infinitamente.
La eternidad que bombea en su pecho calla el murmullo del tiempo, matando la esperanza de acudir a la nada, diluyendo su existencia en la necesidad de ir en busca de la luz que jamás tendrá.
-La sonrisa abandono su cara, mientras la luz de la luna le recordaba lo único que daba sentido a su existencia.
Y yo ya soy parte de la luz.-
-Desde este segundo, este ente oscuro habita en mi cabeza, recordándome que la eternidad no existe y si no es asÃ; ¡deseo jamás conocerla!-