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Cuéntame Cómo Pasó (diario)

De pronto, de repente, de improviso... cuando ya parecía que era imposible del todo... se nos murió Paco... y, en medio de aquel lastimoso y plañidero Navarro que no era navarro sino madrileño a pesar de ser Navarro y muy famoso por su "españoles, Franco ha muerto"... comenzaron a emerger los tirantes de Fraga, los cazallas de González y los puros de Carrillo. Y entre tirantes, cazallas y puros, nosotros los jóvenes comenzamos a sentir una especie de concienzudo hormigueo en nuestra conciencia social que hasta aquel entonces ni era conciencia ni mucho menos era social. ¿Conciencia social? ¿Qué era aquello de conciencia social para nuestras mentes todavía en blanco? O no nos habían contado bien la Historia de España o España era otra Historia. Suárez había dejado de ser futbolista. Suárez había dejado de ser ciclista. Suárez se nos había convertido en político. Y todo aquello de Calvo Sotelo me sonaba a mí como a calvo soltero; pero había algo más que no podía comprender. ¿Un calvo soltero presidente de España en contra de toda la tradición milenaria de nuestra patria? Imposible. Debía haber algún error de cálculo en mis conocimientos que, en aquel entonces, sólo me servían "para salir del paso", "para andar por casa" y "para ir tirando con las chavalas guapas". A todo ello, además y para más inri, Juan Carlos Cero se había convertido en Juan Carlos Primero. Debíamos comenzar a sentar la cabeza y empezar a tener conciencia para no perder el tren de nuestras historias personales y entrar en el "ránking" de los iniciados. En los cafés se había dejado de pronto, de repente, de improviso, las controversias sobre Belmonte y Manolete o sobre Manolete y Belmonte... y un mogollón de siglas comenzaron a invadir todas las fronteras de las tertulias.

Empezó entonces el carrusel, que había dejado de ser deportivo, de las afiliaciones a algo que desconocíamos. Era el sindicalismo pluralista y galopante que corría al trote inmisericorde de todo aquello que, de forma imparable, estaba ocupando el espacio antes reservado para las mil y una formas de aprender a saber cómo contactar con las chavalas guapas que nos interesaban. O penetrábamos en el misterio de toda aquella parafernalia publicitaria, sin modelos para alegrarnos la vista, o nos quedaríamos en la orilla sin poder cruzar el río de los conocimientos y la evolución. ¿Hacia dónde estábamos evolucionando aquellos jóvenes que sólo estábamos acostumbrados a brindar con un sorbito de champán soñando que los chicos con las chicas debíamos estar?

Surgían los oradores hasta de debajo de las piedras. Surgían los oradores y todos orábamos para no no sucumbir ante los cantos de las sirenas (policiales por supuesto) mientras nos convertíamos, ante los admirados ojos de las chavalas guapas, algo así como en mil y un Ulises en medio de las marejadas que nos balanceaban nuestras imaginativas y creativas embarcaciones a lo kayak -cosa que yo había aprendido del Marca- de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o simplemente dejándanos varados en el centro. ¿Democracia? ¿Qué era aquello de la Democracia? En aquellos instantes histéricos -y también históricos a la vez- todos los jóvenes nos pusimos a estudiar a Demóstenes para empezar a saber hablar aquel nuevo lenguaje sin piedras en la boca. Yo, acostumbrado solamente a orar con las chavalas de buen ver, empecé a guardar silencio, no por timidez como algunos creían sino para ver si conseguía asimilar todo aquel arsenal de palabras nuevas, de silogismos político sociales, o vaya Dios a saber qué clase de mensajes era todo aquello más o menos críptico. Había que aprender a saber nadar y guardar la ropa; así que guardé mucho silencio en medio de tantos "demóstenes" progresistas (conocido como "progres" por quienes no sabíamos quiénes eran en realidad) y cerré la boca en las innumerables reuniones que habían sustituido a los añorados guateques. Aquellos tipos, algunos hasta con trenkas, hablaban como caballos desbocados. ¡Aguanta los caballos!, pensé para mis adentros. Había que aguantar aquellas especies de vertiginosas galopadas dialécticas de los tirantes, los cazallas y los puros, Nos quedaba el recurso de Suárez para ir saliendo del paso y en Suárez tuvimos, por muy poco tiempo pero menos daba una piedra, un pequeño refugio, un necesitado respiro para poder ordenar nuestras ideas. Marín (Artajo) se había transmutado en Martín (Villa) y los martinis con aceituna de los guateques habían desaparecido para dar paso al calimocho. ¿Y Villar Palasí? ¿Qué pasaba con Villar Palasí? ¡Dios mío! ¡Había que aprender un nuevo idioma español para comprender todo aquel galimatías! ¡Hasta Matías metía baza!

Acorazados como galápagos en medio de las tormentas dialécticas acudíamos a los mítines sin comprender del todo que aquello comenzaba a ser la feria de las vanidades y, en medio de tanta vanidad, lo más importante de todo era no perder de vista a las chavalas guapas y de buen ver por si acaso era necesario refugiarse en sus recuerdos para superar todo aquel oleaje de monótonos panfletos donde todo eran palabras apretujadas, amontonadas de cualquier manera, y sin un solo modelo de chavala a los Claudia Schiffer para poder alegrarnos la vista de una manera placentera. ¡Los panfletos a "palo seco" habían sustituidos a las hojas "divertidas" de El Corte Inglés! ¿Era un proceso de cambio? ¿Estábamos asistiendo a un nuevo enfoque de nuestras vidas? De manera sorprendente los Reyes Magos dejaron de existir o, por lo menos, dejaron de ser Melchor, Gaspar y Baltasar, para convertirse en Juan Carlos y Sofía como Reyes Magnos. Y tuvimos que comenzar a superar nuestras desazones juveniles dándole, de vez en cuando, a alguna copita que otra de Magno, con un poco de anís para hacerlo más soportable al paladar y poder soportar todo aquel trajín. Entonces fue cuando se nos ocurrió cambiar los trajes por ropa sport mucho más ligera con tal de aligerar el paso y correr como desesperados en aquellas histéricas -y también históricas- carreras del despertar de nuestras conciencias. ¿Qué era todo aquello del despertar de nuestras conciencias? Tenía una más o menos fácil o complicada explicación; pero venía a resumirse diciendo que, una vez sobrepasada ya la época de las confesiones, pasamos de lo clerical a lo seglar y ya no éramos poetas del Mester de Clerecía sino juglares trovando rimas reivindicativas. Yo seguía guardando silencio mientras, de vez en cuando, escribía algún poema, alguna oda al desconcierto general. "¡Espérame, mujer de la tarde!" fue una de las mejores. Y "¡A flor de tierra, amante, entiérrame!" también tuvo mucho éxito.

Comenzaron a aparecer entonces banderas que yo no había visto jamás en mi vida. Yo, que había podido completar todo el álbum de las banderas del mundo cuando sólo era un niño, de pronto me encontré ante una avalancha de banderas desconocidas por completo o casi por completo. ¿Cómo ordenar todo aquel puzzle que se amontonaba en mi memoria? Renovarse o morir o ninguna de las dos cosas sino simplemente dejarse llevar por la corriente sin alejarme demasiado de la orilla del río -Manzanares por supuesto- para salir como mejor pudiera de toda aquella riada que parecía que nos iba a engullir en el embudo de la Historia Contemporánea. Y es que, a pesar de ser contemporáneo, aquel embudo seguía siendo como siempre: boca ancha para unos pocos y boca estrecha para los demás que éramos la inmensa mayoría. En aquel maremagnum de banderías y banderolas seguía existiendo un trasfondo que algunos -los más progresistas de todos- intentaban convencernos de que era solamente cultural. ¡Naranjas de la China! ¡Mandarinas del Este! El asunto era que todo aquel tropel de banderas y banderolas al viento surgía pro todas partes menos por una: la máquina de café donde yo me refugiaba para tomar aliento todas las mañanas laborales y poder continuar escuchando aquellos cantos (cánticos mejor dicho) de sirenas. Y las sirenas de los coches de la policía me servían para despertar mis instintos de conservación de la especie humana. Era una especie de supervivencia para un corredor de fondo como yo. ¡Y es que había que correr para no terminar en el cuartelillo sin poder explicar nada porque nada de todo aquello era entendible salvo para los iniciados! ¡Menos mal que yo estaba acostumbrado a correr millas tras millas sin sentir cansancio alguno! Pero era necesario llegar de una manera indemne y no decir ni pío en casa a unos padres que nos penetraban con sus miradas por ver si nos estábamos liando del todo. ¿Con alguna vecinita tal vez? No. Me estoy refiriendo a todo aquel embrollo social que algunos estaban politizando en demasía y a tope. ¡Ay va, los donuts! ¡Ay va, la cartera! Y es que con tantos boletines informativos estábamos perdiendo la cabeza y ya no sabíamos quien tenía la razón. Por eso Camila se desesperaba mientras yo comenzaba a ser un incorregible "fan" de Ornela Muti.
Diesel03 de marzo de 2016

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