El gato cruzó la acera. El enorme camión cargado de toneladas de pesadillas pasó rozando su lomo. A punto estuvo de aplastarlo. El gato llegó a la acera de enfrente y dio un resoplido. Contó. Ya había muerto tres veces pero ésta... ésta se había salvado por los pelos del rabo. Así que seguía teniendo cuatro vidas por delante (las tres que había muerto ya y las cuatro que tenía todavía por vivir porque se sabe que los gatos tienen siete vidas).
Contó. Las vidas de los gatos, aunque son siete, son muy cortas... y estuvo pensando y llegó al acuerdo íntimo de no volver a cruzar una calle en plena nocha oscura siendo él un gato negro como era. Para poder alcanzar larga duración en las cuatro vidas que le faltaban por vivir pensó que lo mejor sería no volver a cruzar calles en la noche sino ir a buscar las raspas de las sardinas en las madrugadas y rondar el amor con su Micifuna a plena luz del sol y, si era posible, en los jardines sin automóviles...
Un cuento cortito pero lleno de vidas.
Un abrazote