Me perdí. Ahí entre pensamientos inconscientes, neuronas revoloteando y alguna que otra idea lógica. Sumisa, de la mente que quiere apoderarse de nuestro corazón y de nuestras antiguas creencias. Que yo no soy vaga, fea o egoísta, que yo soy algo tan grande y tan único que no tiene definición finita. No soy mi nombre, ni mis errores, ni mis exámenes, ni si quiera soy mis aciertos, ni mis alcances, ni tampoco soy aquello que ves en fotografías.
Y después me encontré. Pero antes de encontrarme me caí, eso es así, acostúmbrate. Fuerte, de entender algo más mi forma de pensar, de actuar o de vivir. Entendí que estamos de paso, que el tiempo se va volando y que no merece la pena vivir para nadie, ni por nadie.
Mi consejo: coge las riendas de tu vida, guía a tu caballo interior por el camino que más te apetezca, aunque todo el mundo te diga que el camino que lleva a palacio es otro, porque dime ¿quién dijo que tú querías ir es a palacio?
