Hay una roca en mi pecho,
en la orilla de mis laberintos
pernocto en silentes de cristal
y palabras desamparadas
acuden al vaivén de mis manos,
prisioneras y atadas al bastión de la soledad.
Me visto de noche
y escapularios de tinta
emergen de mis fatigados deseos,
vanas alas posteriores al desvelo,
un eco ronronea en la cúspide del llanto,
las fronteras se alzan sobre mi rostro,
guijarros de vocablos reptan por las grietas,
extranjeros habitantes lejanos,
del otro lado de la media luna.
Alguien circundo mis paredes de alabastro
despertando el concepto vago de mis horas,
como hoy,
como siempre,
en este espacio prohibido
donde cohabitan mis carnes y sueños,
perfilando encuentros reos
en los relieves de la piel.
Mientras tanto
callo,
subo a la roca de nuevo,
farallón de internas tormentas,
de fantasmas del pasado,
sobre las arcaicas huellas del pecado
donde se refugia la sangre,
agolpada en la espera
de los árboles del Edén.
Precioso bienvenido seas nos leemos