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Un Año Más

Un nuevo amanecer. Mis párpados se abren, pesados, los ojos completamente irritados, como los de un dios encolerizado por ser invocado antes de tiempo. Mi boca está pastosa, sabe a estercolero, pero después de haber sido sodomizado e inundado por las eyaculaciones de una horda de ratas mutantes. El cuello rígido, envía sádicos pinchazos de dolor a mis sienes, fruto de otro par de horas dormidas de cualquier manera. Me levanto, gimo, mi cuerpo me odia, decidido, y prefiere atrofiarse como una momia, pudrirse y morir antes que seguir aguantándome. Me enciendo un cigarro sobado, combato el fuego con el fuego, intentando matar las eyaculaciones con nicotina. Una gran idea, si, como todas las que tengo últimamente. Joder, podría deshacer cemento con mi aliento... Salgo de la habitación, y hay unos humanos que me gritan y se acercan corriendo. Tengo miedo, mi primer pensamiento es correr, llorar e implorar clemencia. El cerebro se solidifica a tiempo para descubrir que son mis compañeros de piso. Me abrazan, huelen bien, es antinatural que alguien huela bien a la mañana.
Zorionak, me dicen. ¿De qué cojones hablarán?. Intento seguirles el juego a los pobres perturbados. Me dan un regalo. Joder, otro cumpleaños que se me olvida. Al menos así tengo excusa válida cuando se me pasa el del resto, pienso, sin mucha convicción de que sea así. El maldito papel de regalo se me enreda. Mierda, ni que fuera un cubo de Rubrick... Pienso en desistir, o abrir a mis compañeros y desayunar junto al regalo, eso sería más sencillo. Me ayudan, soy un tullido, Stephen Hawking abriría envoltorios con más soltura que yo. Vaya, es un libro y un juego de pinturas. Soy raro, pero alguien a quien es fácil regalar. Me oigo diciendo gracias, y supongo que es lo que siento. Curioso esto de la interacción social. No es que me atraiga en exceso, pero mejor eso que ser un Robinson Crusoe de las pelotas. Consigo que dejen de vociferar y tocarme, y los voy arrastrando a la cocina. Café, por Dios, sí, y recién hecho. Le doy el primer sorbo, y su sabor amargo me llena, me hace cerrar los ojos y suspirar, y buscar el segundo pitillo de la mañana. Ahora los gritos parecen menores, y sus presencias menos invasivas. Miro por la ventana, y el sol asoma tímidamente entre dos plomizas nubes. Parece que él también quiere felicitarme. En lugar de eso me ciega. Cabrón. Vuelvo a cerrar los ojos, recompongo todo lo que puedo dentro de mí para empezar el nuevo día, un nuevo año. Uno trozos suficientes para articular palabra, cagar y mear. No necesito más. Converso un rato con Arkaitz y Ane, incluso reímos acordándonos de ciertas estupideces del fin de semana pasado. No me acordaba de mucho, pero mis escribas personales me relatan nuevos números en mi repertorio circense que me sorprenden. Debo ser un payaso en toda regla. Supongo, que más da, hecho está y punto. Es mi regalo desinteresado al mundo. O mi eructo desinteresado. No lo sé, algún día le preguntaré su opinión cuando me lo encuentre. Vuelvo a mi habitación con la excusa de cambiarme antes de ir a emborracharnos como comadrejas. Me desplomo en el catre, cruzo las manos bajo mi cabeza y suspiro sonoramente mientras miro el techo. Intento pensar en el hecho de que me ha caído otro año, y como siempre en este tipo de cosas pseudo-profundas, no se me ocurre nada. Pues bien, a tomar por culo. Mi yo interior debe estar muerto del asco. Que le jodan, que se busque la vida como hacemos todos. Me pongo el casco de minero, la pala y un arpón gigante, y me adentro en la pila de ropa amontonada en la única silla de mi habitación. Diez minutos y cinco krakens muertos después, salgo con unos pantalones arrugados y algo que parece ser el primer antepasado de las camisetas del mundo. Me visto entre dolores inhumanos, cual vieja artrítica, y me dirijo a la puerta. Mientras giro el pomo, ya oigo a mis compañeros riendo en la entrada del piso.

Un año nuevo, pues bien, aquí me tiene...
Ecosderlyeh04 de septiembre de 2010

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