¿A dónde te has ido?. Esa pregunta rondaba en mi cabeza en el salón frío e inerte donde cubrías las horas con el sonido molesto de la televisión. Intentaba no mirar el sofá donde te solías sentar pero era inevitable, la casa se había roto con la falta de la presencia más significativa.
¿Y ahora qué?. Otra pregunta que tenía dentro de mí, mientras miraba la foto de tu boda y sabiendo que la mujer que amaste por más de 54 años, estaba en el hospital sin poder haberte dicho adiós.
Mi vida había dado un gran giro, ahora me tocaba a mí cuidar del amor de tu vida e intentar superar tu pérdida. Esa era mi nueva realidad pero no podía aceptarla, aún no creía que te habías ido mientras lloraba en el gélido suelo de mármol, consciente de la soledad que iba haciéndose un hueco respetando el vacío interior que habías dejado en mí.
Intentaba recordar tu voz pero parecía una vieja canción casi olvidada que hacía eco en mi mente y eso hacía más mella a mi dolor. Intentaba también recordar tu rostro pero eso me llevaba de vuelta a esa mañana del 19 de Octubre, cuando intentaba despertarte elevando cada vez más mi voz: Abuelo, despierta ; zarandeándote suavemente y notando tu piel fría dándome cuenta que no abrirías más los ojos.
¿Cómo pudo pasarme esto a mí?. No podía recomponerme del golpe aunque los días pasasen, notaba como la muerte se había llevado toda la alegría y como olía a nostalgia en cada rincón.
Te habías ido cambiando mi vida sin posibilidad ninguna de decirte lo mucho que significabas para mí.
Te habías ido regalándome un amor incondicional y siendo consciente de que estabas orgulloso del hombre que me estaba convirtiendo.
Te habías ido mi mejor amigo, mi segundo padre y mi querido e inolvidable abuelo.
