Era una fría mañana de invierno,
un día más el despertador sonó,
con su monótona melodía que se ahogaba en el oscuro cuarto.
Un rayo de luz tenue, penetró por la gran ventana,
como si algo de esperanza se filtrara en este pequeño pueblo,
habían sido días difíciles,
el reciente asesinato de la alcaldesa
nos tenía a todos aterrorizados.
Yo no, yo sufría por esconder el sentimiento de culpa,
que había sembrado todo este tiempo,
y que llegó a convertirse en algo personal.
No me sentía capaz de tenerla un día más,
en el sótano
con su larga cabellera rojiza,
que poco a poco iba perdiendo el color,
al igual que yo la cabeza.
No era la primera vez que lo hacía,
pero esta tenía algo de especial,
me dolía más.
Porque duele muchísimo perder a una hermana,
más si la has matado tú,
y más si todavía busca venganza.