lúgubre aullido
del dolor certero que atraviesa la médula de mi ser;
es el aviso del dios que me vigila
para que recuerde
que toda mi vida
solo depende de él.
Iluso soy, emborrachado de la materia,
ciego de sabiduría y curiosidad,
pues en cada esquina espera, para socabarme,
una cruel espina que a clavarse va
en mi vanidad,
haciéndome saber
que no se puede huir
de la realidad.
Rujo y me revelo,
intento romper las cadenas
de lo inexorable, de la eternidad,
como si la mantequilla quisiera
rayar el diamante con su suavidad.
y Dios se rie, hasta en carcajadas
de mi ingenuidad.