El hombre ciego en su desesperada ambicia,
pierde hasta el honor por estrecharlo en su palma;
guiado por el pecado de la codicia,
no le importa vender
si es posible su alma.
Cuan privado es de calma,
aquel que sólo anhela obtener lo material,
precipitando la pérdida de su alma,
le es la lujuria un irreprochable manjar.
Llega a ser la ceguedad
parte en tan pecaminoso suceso.
Que torpe e ingrata realidad,
la ignorancia no es más que un aderezo.
Desde el alba hasta el ocaso,
la agonía de su obtención,
ha privado al hombre hasta del más febril retazo;
de eso tan celestial que llaman corazón.
¿Cuán profunda tiene que ser la herida?
¿Cuánto sufrimiento tendremos que pasar, para recapacitar?
que es mortal nuestra ambición desmedida;
el dinero
Alfa del dolor, omega de la vida.