No somos conscientes hasta que pasa, llega ese momento en el que debemos abandonar a la persona que nos dio un presente, un presente que se marchitó poco a poco como las hojas de los árboles en otoño; se tornó rojizo y adoptó el nombre de pasado cayendo desde la copa hasta el suelo. Permanecerá siempre guardado, a salvo y abrazado por el resto de las hojas que jamás lo dejarán solo pero aún así duele, duele que de cualquier manera habida y por haber no haya salido bien, que las partituras deban ser guardadas de nuevo en la carpeta de lo imposible, justo donde se esconden todos aquellos caminos en los que nuestros dedos se atascaron y no fueron capaces de interpretar correctamente su papel.
Quizá no vuelva a haber jamás un sonido tan reconfortante como el de su risa, un color tan bonito como el de sus ojos o unos recuerdos tan duraderos como los que él se encargó de grabar en mi mente. Quizá nadie vuelva a inspirar algo tan fuerte como para despertar una tímida inspiración que intente mover el mundo a través de trazos de tinta sin sentido... que me empuje a mí a querer ser mejor, a intentar alcanzar lo que no podría haber alcanzado si no hubiese sido porqué me ayudó a ser como ahora soy.
Sé que volveré a sentarme delante de un montón de hojas en blanco, que miraré hacia el futuro y echaré de menos las partes del camino que recorrimos juntos, que mostraré a la gente a través de las letras lo que es sentirse tan unida a alguien... Sé que me costará trabajo, lágrimas, días de insomnio, sé que las risas se apagarán por un tiempo que los recuerdos emanarán de repente abrazándome cuando me pierda... sé que sigues siendo la inspiración de la melodía, tratándose de ti la música jamás tendrá silencios, y en las partituras, no se encontrará un final.
Toda melodía tiene un principio y un final... pero la experiencia nos permite hacer nuevas composiciones y con el tiempo el brillo de ellas será más intenso...
