Te metiste en la cama pasada la medianoche, sentí tu abrazo tierno y lleno de intención de despertarme. Afuera la lluvia golpeaba la ventana, la luna apenas iluminaba y solo nos envolvía el silencio.
Tus labios en mi cuello y tu mano en mi cintura fueron la invitación perfecta para una noche agitada. Tus ojos resplandecían en la penumbra y mi risa lo cubría todo.
Era tan lindo despertarme teniéndote en frente así solo para mí que no dude en soltar mi cabello y despojarme de la ropa a pesar del frío.
Tu piel tan suave y cálida fue el ingrediente exacto para elevar mi temperatura y mi espíritu a lo más alto de tus fantasías.
En mis profundidades el eco de tu voz y tu respiración entrecortada caló bien hondo como una droga imposible de no ser consumida.
Mis músculos se tensaron una y otra vez mientras te sumergías en el aroma de mi pelo revuelto. Cada célula de mi cuerpo reaccionaba a tus caricias, a tus besos
a tu fuerza y a tu instinto de hombre o de animal.
La noche siguió su curso inevitable y entre mis piernas la vida.