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El Escultor.

Es un hombre de secundaria en una escuela de comercio. Que ama el arte. Y la sangre. Y siempre va armado por la calle. Armado con un tramontina y con unos guantes descartables. El hombre no tiene taller donde esculpe sus obras, porque las confecciona en la calle y las deja ahí, a la vista de todos. Pero las esculturas casi viven por un momento, algunas partes.
Otro hombre caminaba por la vereda y el cuchillo lo atravesó. Lo estaba observando desde su balcón, dos calles atrás. Aquel había intentado escapar, pero era tarde, porque el cuchillo había quedado en la rodilla. Lo llevó a un callejoncito y ahí llamó a la improvisación. El brazo, el pie izquierdo y las orejas cayeron en una bolsa que ya está pesada. La ropa del individuo también la llevó.
Fue acomodando de a poco todas las partes, algunas cortadas muy prolijamente y otras casi arrancadas del lugar, con pedazos de carne colgando. Y la sangre siempre presente: en la cara del artista, en el suelo, en las medias.
Subió a la terraza del edificio y observó su obra. La cinta unía las partes, la cara era ambigua: rasgos masculinos se mezclaban con los femeninos, la combinación de los colores de la ropa era patética, pero siempre con esos manchones rojos bien oscuros, y el plateado de la cinta.
Ezer10 de mayo de 2011

1 Comentarios

  • Ezer

    A mí que me importa si mezclo los tiempos verbales?

    10/05/11 03:05

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