Quiero llamar a la muerte
a dialogar conmigo.
Juntos bajo la sombra
del árbol infinito.
Contaremos naderías
y Dios será testigo.
En un descuido suyo
le robaré a mi amigo.
Hugo que de su entraña
sigue hablando conmigo.
La muerte tiene un número de teléfono. Yo lo he marcado infinidad de veces. Pero siempre da ocupado, o fuera del área de cobertura. Sin embargo, el otro día me pasaron su nuevo número y al llamar me enteré que le habían cortado el servisio por falta de pago.
Amigos míos, cuando yo tenía tres años, murió un amigo de dieciocho. Y cuando llegué a los treinta... mi amigo volvió a hablarme. Parece mentira pero es verdad. Eso me inspiró hacer este humilde y quizás torpe poema. Pero es lo que pude.