En la antesala de la alegría
alguien incendió el miedo.
Vimos una puerta que se abría
caracol cuadrado, río inmóvil.
Y atravesamos la puerta fría
como quien mata la muerte.
Del otro lado estaban mis heridas
que al cicatrizar se volvían espejos.
Y en esos espejos claros se veía
el rostro imposible de Dios.