Entramos
y el lugar
estaba
algo húmedo
y algo sucio
algo usado
y algo
abandonado.
Los parlantes
empotrados
en la pared
arriba
de la cama
escupían
música
tropical
y los ceniceros
también
empotrados
a los costados
de la cama
cargaban
con viejas
cenizas.
Algo así
como todos
nosotros.
Abajo
en un bar
algunos viejos
jugaban
a las cartas
y gritaban
entre
vermouths
y tangos
no más
jóvenes
que ellos.
Y arriba
las chicas
y otros viejos
y menos viejos
gemían
y actuaban
envueltas
en sabanas
con agujeros
y manos
con marcas
de anillos
de casados.
Y las paredes
tenían manchas
y teníamos T.V.
pero no
teníamos
control remoto.
Entonces
nos quitamos
la ropa
y hacia calor
mucho calor
y lo hicimos
con la ventana
abierta
y los gritos
de los viejos
y los gemidos
de las chicas
y los golpes
de las camas
y los besos
en el cuello
y mis manos
en tus piernas
y tus manos
en mi espalda.
Un enorme
edificio
rojo
que
fornicaba
enloquecido
a las 6 p.m
en el medio
de una ciudad
devorada
por el sol.