Llueve. Diluvia en mi mundo chiquito. Dentro y fuera. Suena No need to say goodbye, y pienso, que no es necesario decir adiós para saber que nos estamos alejando
de a poco. Que las despedidas son dolores dulces, lo sé hace mucho. Más aún cuando no quiero siquiera despedirme.
¿Es esto en serio un adiós? ¿Volverás cuando todo termine, como canta Regina, o es cierto que estamos en veredas paralelas, que parecen nunca unirse?
Llueve sin parar, y mi mundo chiquito se empaña de lágrimas que se confunden con las gotas que suenan en mi ventana. Es enorme lo que te extraño, es enorme lo que quisiera ofrecerte sin reparos. Y así andamos, sin sabernos propios, enajenados de la belleza de cuidarnos, ajenos a todo lo que no sea estrictamente político.
Así anda este mundo loco, sin darnos la oportunidad de cagarnos en el destino que se empeña en llevarte lejos
como el viento que se lleva ahora las hojas que se mecen desde mi ventana.
Llueve y es domingo. Me suenan conocidos estos domingos, dejavú de meses anteriores. Ciclos que se repiten, historias que se tocan hasta ya no poder distinguirse.
Te extraño tanto. Te quiero así, como sos, con tus cuelgues y tus abandonos. Es lo peor de quererte, no ser consciente de los defectos, plegarme a la obsecuencia que suelo criticar.
Regina me acompaña mientras parece que deja de llover. De a poco
mi mundo chiquito sigue mojado. Habrá tiempo para que seque, y vuelva a salir el sol, para cumplir con los infinitos ciclos, y volver de nuevo a la vida.
Eso te ocurre por alejarte de mí, mi bella amiga que de poco a poco me abandona.
Te sigo queriendo igual en estos días mojados.
Vuelve a la vida. Es tiempo de cerezas en este mundo mío.
Ven.