El silencio de la tarde noche
en el umbral del dormitorio.
El calor de nuestros cuerpos,
tan juntos,
compactados en cápsulas del tiempo.
Almuerzos incompletos,
con risas de postre
que ya no llegarás a reir.
Tibias mañanas con olor
a sábanas limpias
con el sol
dándonos de lleno en la cara.
El agua casi hirviendo para el mate
las galletas en la mesa,
y los secretos que nos contábamos
de media mañana.
Infinitas fotos,
como prueba de un amor
que nos llevó tiempo construir
que se estancó el día
que cerraste la puerta.
Papeles, muchos papeles
donde te escribí que serías mío
y yo tuya, y que
te amaba con cada fibra de mi cuerpo.
El alma estrujada en un rincón
diminuto de mi cuerpo,
y un puñado de lágrimas
por salir de mis ojos,
Vacíos, muchísimos
indescriptibles vacíos
que como agujas se clavan en mí,
imposibilitando el olvido.
Recuerdos que como fantasmas
recorren la casa
haciendo que aparezcas
y reaparezcas
en cualquier lado y en todo momento.
Las ganas de volver,
a un pasado imposible.
La conciencia de habernos cambiado
el uno al otro.
Pero principalmente
la soledad
la cruel soledad que
brota llena de los poros
que supura agrio veneno.
La cruel e infinita soledad
Esí es la vida, cruel sin misericordia. Excelente texto Flor. Un abrazo