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¿elisa?

Camina poco a poco. El sonido de sus pies desnudos resuena en toda la estancia. Se escucha el suave desliz del camisón púrpura de seda que resbala en el sucio parqué. Su larga melena pelirroja roza de cuando en cuando en la pared descolorida por la humedad. Todo alrededor está cubierto de una espesa capa de polvo gris.
Sus ojos verdes rebuscan algo de luz en la estancia oscura pero no encuentran ni un interruptor ni ninguna bombilla cerca.
Avanza paso a paso por el corredor, dejando un reguero de crujidos a su espalda a causa de la envejecida madera que pisa.
Sus brazos descubiertos se erizan por la corriente. Se gira y busca el punto de fuga del aire, pero tanto delante como atrás todo permanece negro carbón. Se abraza a sí misma y continúa con su camino.
Se oye su entrecortada respiración; y casi podría decirse que se oye el rápido y asustado aleteo de su corazón.
De lejos un tic-tac amenazante acecha su persona y ella, por culpa del miedo, se para en seco.
Aún así siguen escuchándose pasos, pero más fuertes, decididos y rápidos. Alguien se acerca.
La muchacha agudiza el oído y percibe los jadeos del intruso a través del pasillo. Por lo visto el visitante camina rápido, con prisa.
-¡¡¡Elisa!!!-truena una voz masculina.
Ella se sobresalta y se apoya a la pared.
Sus ojos parecen sobresaltados y tiene miedo. Tiene las manos boca abajo pegadas a la pared y se deja caer al suelo levantando una pequeña nube de polvo. La sangre comienza a viajar aún más veloz por sus venas, haciendo que su pulso se acelere.
Abraza sus piernas y esconde su cara entre las rodillas, dejando que su pelo la tape completamente.
El intruso llega a su lado. Suspira, aliviado.
Lleva unos vaqueros demasiado grandes y desgastados y una camisa, por contraste, totalmente limpia y planchada.
Se arrodilla junto a la chica y la abraza, acurrucándola.
-Elisa, Elisa… Al fin te encuentro-murmura, visiblemente satisfecho.
Ella se aleja, sorprendida y angustiada. Un mechón de pelo le cae en medio de su faz, rompiéndola por la mitad. A lado y lado del mechón perdido, brillan dos ojos verdes, brillando de incomprensión.
Mueve en un gesto negativo la cabeza y se aparta unos centímetros de su interlocutor.
Ahora ve que tiene el pelo despeinado y rubio, y los ojos marrones. Se pregunta cómo es que puede ver esos detalles en la penumbra.
-No sé de quién me está hablando, señor… Mi nombre no es Elisa. No sé de quién me habla.
Él la mira, impertérrito, como si él tampoco comprendiera lo que sucede.
Baja la mirada y mueve lentamente la cabeza de lado a lado, negando, con vehemencia.
Él, vencido, expira y se apoya contra la pared, mirando hacia el techo, y saca un paquete de tabaco rubio del bolsillo.
Con tranquilidad, se enciende un cigarrillo antes de ofrecerle uno a la joven pelirroja. La aludida rechaza el ofrecimiento y lo observa con cautela. Él sopla y deja salir el humo de su boca. La mira de reojo.
-Si no eres Elisa, ¿qué haces en mi casa pasada la medianoche y vagabundeando por mi sótano?-pregunta con voz segura.
Ella parece sorprendida ante la inquisición y se acomoda de nuevo, con la guardia baja, aferrándose a sus rodillas cubiertas de seda.
Él tuerce el gesto y le extiende una mano.
-Me llamo Edgar. Encantado, señorita intrusa sin nombre-bromea.
Corresponde el apretón de manos y le dibuja una leve sonrisa.
-Yo me llamo Alicia-informa a media voz.
Alicia mira al joven, analizando cada rasgo. Su pelo rubio está cuidadamente despeinado y su piel, a primera vista blanca, está repleta de pecas. Edgar la descubre mirándolo. Sonríe. Ella ve cómo se le forman hoyuelos al reírse bajo la boca y cómo unas tempranas arrugas aparecen momentáneamente alrededor de los ojos. Alicia ríe automáticamente. Le parece gracioso y atractivo a la misma vez.
Es increíble cómo un ambiente tan siniestro pasa a ser cómico.
Piensa para sí misma.
Edgar la mira reírse y algo cálido lo invade por dentro.
Carraspea y se pone serio. Ella lo imita.
-¿Me vas a contestar a mi pregunta?-exige con voz estudiadamente dura.
El rostro de Alicia se ensombrece y aparta la vista del chico.
Edgar deja escapar la última bocanada de tabaco y aplasta el cigarrillo en los tablones sucios del parqué. Tose un par de veces y recupera su posición original, dispuesto a esperar una respuesta de la intrusa.
-¿Quién es Elisa?-dice ella de pronto con voz aguda e insegura.
Edgar parece completamente despistado.
Los ojos comienzan a brillarle y hace una leve mueca que pretende ser una sonrisa. Mira al frente, y su vista se pierde entre recuerdos que Alicia no puede ver. Pero sí ve cómo la mente del chico divaga entre recuerdos de un pasado relacionado, supone, con esa tal Elisa.
Así es.
Imágenes rápidas e incoherentes.
Edgar abrazando a una joven de pelo largo y pelirrojo, justo como Alicia. Esa misma joven sonriéndole mientras baila en un salón elegante y amplio. De nuevo esa chica besándole el cuello despacio, de forma seductora, mientras Edgar disfruta.
Y se desata una cadena de recuerdos eterna; todos vinculados con la misma joven de aspecto idéntico a Alicia.
De forma abrupta, Edgar vuelve a la realidad. Sus ojos se encuentran con una tela púrpura de apariencia suave. Alza la vista y se encuentra con Alicia oteando el horizonte del pasillo.
Se gira y le muestra una enorme sonrisa viva.
-Aún no me has contestado-reclama a través de su larga melena.
Y le guiña un ojo.
Más recuerdos.
La joven de los recuerdos anteriores le guiña un ojo, sonriente y pícara desde el jardín. Edgar le corresponde la sonrisa y se acerca ella, que se encuentra arreglando los jazmines del jardín. El sol no roza su pelo a causa de un sombrero enorme de paja. Luce preciosa.
Y lo mismo que viene rápido el recuerdo, se va; pero queda la nostalgia de la pérdida.
-Elisa era… -suspira. No encuentra las palabras. Esboza una media sonrisa. – Digamos que es mi prometida, por decirlo de alguna manera.
Alicia asiente despacio y se pierde ella también en sus propios recuerdos.
Se ve a sí misma en el sofá de su casa, leyendo por enésima vez “Romeo & Julieta” de William Shakespeare, en una tarde de lluvia torrencial, cuando recibió aquella noticia. Tres simples palabras que la transformaron en su momento. “Jorge ha muerto”. Y punto. Nada más.
Parpadea, aturdida por el repentino flashback.
-Ya… ya te entiendo-susurra entre dientes, ensimismada.
Permanecen en silencio bastantes minutos, escuchando simplemente el sonido de sus respiraciones acompasadas, o, lo más seguro, no escuchando nada más que sus respectivas nubes de recuerdos.
Alicia rememora otra cosa. Una niña, una niña de apenas unos dos años que camina torpemente por una gran alfombra verde. Las carcajadas de la criatura; una voz femenina que ordena de fondo: “Elisa, ves con la mama”. Sus manos dando palmadas para llamar la atención del bebé.
De mientras, Edgar sigue vagando entre jazmines, jugando con la dama del sombrero de paja.
Se divierten, se oyen las carcajadas resonando por todo el vecindario. La abraza y la besa, y ella le pone el sombrero a él, sacándole la lengua.
Por arte de magia, ambos regresan a la actualidad al mismo tiempo, y se miran, sorprendidos al ver que los dos estaban sumergidos en sus pasados.
-Por lo visto se cumple el dicho que dice que cualquier época pasada fue mejor-comenta Edgar, con un rastro de incredulidad en su voz.
-Sí-aprueba riendo Alicia.
Se extiende un raro silencio tenso sobre ellos. Carraspean. Alicia comienza a dar vueltas, lentamente, dejando que el movimiento del camisón cree una dulce música de fondo. Edgar se enciende otro cigarro.
-Siento no haber cumplido tus expectativas.
-No sé a qué te refieres-protesta él, confundido.
-Siento no ser ella. Siento obligarte a continuar con tu búsqueda, Edgar-dijo, frenando en seco. Se leía un gran pesar en el tono que utilizaba.
-Ah, no te preocupes. Tan sólo llevo tres meses buscándola. Pero es que eres tan malditamente idéntica a ella que me duele el alma con sólo verte. Pero ni la voz ni el carácter son los mismos.
-¿Qué pasó con Elisa?
Edgar la mira directamente a los ojos y se lo pregunta a sí mismo.
-Que qué pasó…-y se entierra de nuevo en su memoria.
Recuerda aquel Martes en el que llegó más temprano a casa y ella ya no estaba. No importó cuántas veces la llamó por toda la estancia ni cuánto lloró al descubrir su ausencia. Ella no estaba. Rebuscó en todas las habitaciones… Todo estaba exactamente igual que aquella mañana…menos ella. Sus camisetas impecablemente dobladas seguían en el amplio armario empotrado, su taza del café diario seguía en la cocina y sus brillantes zapatos de tacón esperaban a su dueña escondidos en el zapatero.
Mira a Alicia.
-Desapareció sin más-resume después de muchos segundos.
-Yo sé lo que pasó-sentencia con voz serena Alicia.
Edgar la mira, asombrado.
-¿De qué hablas?
Repentinamente Alicia levanta al aire los brazos y cierra los ojos, llena de gozo.
-¿Sabes? Este es mi hogar. Yo estuve aquí ese día, ese y todos los días desde hace aproximadamente unos cincuenta años.
-¿Cincuenta años?-repite, Edgar, con los ojos dilatados.
-No los aparento, ¿verdad?-pregunta de forma retórica ella.-Yo nací en esta casa, me crié en esta casa, tuve a mi hija en esta casa y…
A Edgar se le enciende la bombilla pero no puede creérselo. Es imposible. Se lleva una mano a la frente y se la encuentra bañada de sudor. Otro recuerdo.
La muchacha. Una cena. Noche. Velas. Luz. Violines.
Sus manos entrelazadas. Los verdes ojos de ella perdidos en la nada, inmersos en sus propios pensamientos.
Edgar se escucha a sí mismo preguntarle a la chica, aludiéndola con el nombre de Elisa, qué le pasa. Ella que se muestra tímida y se arregla el moño perfecto que se había hecho para la ocasión. La alianza de compromiso que brilla con intensidad.
Le explica la muerte de su madre cuando ella contaba con sólo dos años de vida, su tierna infancia con su abuela, a causa de la muerte prematura de su progenitor cuando su madre estaba embarazada. La soledad que la volvió a embargar al encontrar una foto de ella con su abuela.
Edgar mira a Alicia. Unos segundos más de recuerdo.
“Dicen que soy idéntica a Alicia, mi madre…”
Las manos le tiemblan. Todo encaja.
-…Y donde moriste-termina la frase de ella.
Ella se carcajea, efecto de la tensión y los nervios del momento.
-Bingo-dice, finalmente.
-Eres la madre de Elisa.
Edgar apenas puede creer lo que acaba de decir. ¿Qué tontería es esta?
-Elisa era mi niña, la luz de mis ojos. Después de la pérdida de mi marido Jorge no me quedaba nada. Nada excepto luchar por nuestro bebé. Yo estaba de pocos meses, y, la verdad, no sé cómo no aborté de lo mal que lo pasé. Sea como fuere, la saqué adelante mientras viví. Hasta aquella tarde…-su mirada se nubla, se pierde, camina entre memorias difusas-. Me había pasado la tarde jugando con mi niña, y la dejé en casa de mis padres para irme a comprarle algo a Elisa, que cumplía los dos años al día siguiente. Salí y me atropellaron. Quedé moribunda, pero aún conservaba un poco de conciencia, así que cuando me llevaron al hospital, me dijeron cómo estaba todo… decidí volver a casa y morir en mi cuarto, con mi hija al lado. Despedirme del mundo de la mejor manera posible; mirando sus ojos verdes. Y así pasó. Al día siguiente, el día en que Elisa cumplía años… la abracé, le di un beso, y dije adiós a la vida. Desde entonces no me moví de su lado.
Edgar se pone en pie y la enfrenta cara a cara.
Se siente herido. ¿A dónde se ha llevado a Elisa?
-¿Dónde está?-pregunta conteniendo la ira como puede y cerrando las manos en puños a lado y lado de su delgado tronco.
Alicia lo mira, de reojo, mostrando un destello de desprecio en su mirada, y se pasa la lengua por los labios en gesto pensativo.
-Mi hija está conmigo.
La piel del joven adopta un tono pálido sepulcral. ¿Está muerta? Se pregunta, inquieto. Siente cómo el corazón se detiene y cómo los pulmones cesan en su empeño. Elisa…
-¿La has matado?
-Descúbrelo tú mismo-responde con absoluta tranquilidad.
-No entiendo nada…-se lamenta, desesperado, mirando a lado y lado, sintiéndose encarcelado.
De golpe, la Alicia dulce, la temerosa cría del principio, aparece de nuevo. Se acerca a él y le acaricia la mejilla.
-No te entristezcas, Edgar…-suplica.
En los ojos marrones de él brilla la decisión y la rabia.
-¿Dónde está tu hija?-exigió separando cuidadosamente cada sílaba.
Alicia se encoje, asustada ante el tono de voz del chico, y se apoya contra la pared, abrazándose y escondiéndose de nuevo entre su pelo.
Edgar se despista, no entiende sus cambios de actitud.
Avanza un paso con cautela hacia ella y se agacha, poniéndose a su altura. Se sienta y levanta un poco de polvo mientras le peina el pelo con los dedos. Relaja su respiración y busca en sus cuerdas vocales un tono de voz más permisivo.
Cierra los ojos, toma aire y suspira antes de mirarla y sonreír.
Piensa que es tu suegra… Que sin ella Elisa no existiría… Se dice.
-Siento haberme puesto así, Alicia. Dime, por favor, dónde está Elisa… Te lo ruego.
Ella lo mira, torturada, y le acaricia la oreja.
Se acerca a su cuello y le susurra.
-Elisa está en el lago.
Edgar se aparta rápidamente de la mujer y sale corriendo pasillo abajo, temiendo llegar demasiado tarde.
Mientras corre busca en sus bolsillos las llaves del coche. ¡Aquí están!
Sube las escaleras que llevan a la planta baja y se dirige extasiado al exterior.
Arranca y pisa el acelerador, llevado por las manos del diablo, recorriendo las curvas enteras hasta llegar al viejo lago del pueblo.
Deja el coche y, sin preocuparse de quitar la llave y cerrarlo, sale despedido a buscar a Elisa.
Se para en el borde y busca con la mirada. Rastrea. En ese instante percibe algo. Una masa que flota al azar en las mansas aguas turbias. Una masa coronada de una extensa mata de pelo enmarañado…pelirrojo.
-¡Elisa!-grita, aterrorizado. Otea lo que hay a su alcance. Encuentra lo que necesita. Una rama fina y resistente para poder acercarla a la orilla.
Lo coge y estira el brazo todo lo que puede.
Mierda, mierda, no llego.
Mira el agua. No lo duda. Da un salto en el aire y va a parar a medio metro de distancia del cuerpo. Está boca abajo. Lo gira.
-Dios…-murmura. Es ella.
Está blanca a causa de la baja temperatura del agua. Sus labios están lilas y hasta su pelo parece haber perdido la vivacidad de su color.
Pasa uno de sus brazos por su cuello y la arrastra a tierra firme.
Le hace el boca boca, los masajes cardíacos… Pero no consigue nada.
Se niega a creerlo.
-Elisa, no lo hagas, por favor…-ruega apenas sin respiración.
Se deja caer en la hierba, vencido. Cierra los ojos y se lleva las manos a la cabeza.
-¡¡¡¡MIERDA, MIERDA, MIERDA!!!!-exclama, llorando.
Y justo en ese segundo, escucha algo. Tosidos.
Abre los ojos y deja que los brazos regresen lentamente al suelo.
Se yergue poco a poco y la mira. Elisa está escupiendo agua y el pecho le está dando convulsiones.
Edgar sonríe.
Foryou139629 de mayo de 2012

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