Desperté
y sus ojos estaban delante de los míos.
Sonreía con cariño
mientras me acariciaba la mejilla.
Su amor por mí era palpable.
Mi amor por él, inmensurable.
Le observé desde la cama
y no pude evitar sentir un escalofrío,
un letrero bien grande y brillante
diciéndome lo afortunada que soy al tenerle.
Me hizo la comida
sin importarle que mi mirada le siguiera,
le recorriera la silueta milímetro a milímetro
y le admirase en mi asiento.
Un rato antes,
con él dentro de mi cuerpo,
seguía sin poder creer que fuese mío,
que me quisiera.
Con cada embestida
me enamoraba un poco más
y me preocupaba un poco menos todo aquello que nos distanciaba.
Le amé ayer,
acostada en su cama,
comiendo a su lado en la mesa,
apoyada en su espalda mientras él jugaba.
Le amo hoy,
sin haberle visto y sin necesidad de hablar.
Le amé desde el primer minuto que le vi.
Le amé incluso cuando me fui,
cuando se fue
y nos perdimos el rastro un tiempo.
Le amaré siempre,
pase lo que pase.
Él es ya parte de mí.
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