El tiempo pasará,
porque siempre lo hace.
A su paso crecerán las canas
y se marchitarán las flores,
y la luna te encontrará
trabajando en el campo de tu casa familiar.
Te habrás convertido
en un señor gruñón y práctico
que no ve problemas en ningún sitio
y que cree en las acciones,
olvidando el poder de las palabras.
Seguiré escribiéndote entonces,
cuando ares la tierra
y el fango te refresque los pies,
levantando ese olor característico
de la hierba recién segada.
Mirarás al cielo
y tal vez
yo sea ese breve pensamiento melancólico
que se cruce de repente
y deje una sonrisa amarga
entre tus arrugas de expresión.
Quién sabe si serán remordimientos
por haber desperdiciado tanto tiempo conmigo
o si será alegría de ver que ya pasó todo
y que por fin vives en paz.
Mirando el cielo nocturno
sabrás sin ningún tipo de duda
que estaré escribiendo para ti todavía;
al lado de alguien
a quien probablemente no le habré hablado de ti demasiado
y no sabrá ver ni el por qué,
ni el cómo ni el dónde de mis letras,
pero sonreirá sabiéndolas mías
y,
por tanto,
nuestras.
Ese nosotros del que desconozco el quién,
el dónde o el cómo surgirá,
pero que será
igual que será para ti
en alguna parte
con otra que no seré yo
y que encajará perfectamente contigo y tu contexto.
Alguien con quien no necesitarás esfuerzos,
ni llantos ni largas explicaciones
porque habréis sido creados
precisamente para encontraros en algún lugar.
Pero en ese instante perdido en el crepúsculo,
volverás a leer lo que escribo
o recordarás lo que ya habías leído
aun estando conmigo,
y,
en ese segundo,
volveremos a ser nuestros
y de nadie más.
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