Algo en el aire me lo ha susurrado.
Una voz cantarina y a poco volumen
entre el polvo que levantaste al irte
me lo confesó bajo aquellas nubes.
Me dijo que esto era una despedida
de esas que no dan marcha atrás.
Que debía yo seguir con mi vida
y no volver a ti jamás.
Pero algo estaba muy seguro,
dijo, con aparente calma y tranquilidad.
Hoy se marcha él, hoy tú te marchas,
pero en el futuro os volveréis a encontrar.
Sentí tristeza y pena al oírlo,
porque significa que no volverás.
La promesa de que algún día vengas
no me deja descansar hoy en paz.
Sé que he de decirle adiós a tu sonrisa
y partir allí donde salga el sol.
Pero siempre vuelvo a ti, sumisa,
mendigando un poco de compasión.
Me esperan días inciertos
que sin ti, lentamente pasarán.
Tú seguirás tu vida, con calma,
y de mí no te acordarás.
Quizás llame tu atención un día
cuando entre risas me veas pasar.
Y sea la mano de otro hombre, más tierno,
la que acaricie mi espalda al caminar.
Me verás volar entre faldas sedosas
enseñando al mundo todo lo que he escondido
y sentirás tal vez en esas horas
que en mí está lo que siempre has querido.
Notarás la sangre escalando tu garganta
cuando presencies cómo me besa
y llorarás, amarga nostalgia,
príncipe que no rescató a su princesa.
Serán duras las tardes solitarias
cuando vuelvas a necesitar acercarte a mí.
Pero no te preocupes, pequeño desastre,
que aunque no regrese, siempre te querré a ti.