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En la Isla.

Perdido en mi propia isla.
Únicamente acompañado por un buen y fiel amigo.
Y también por un agobiante y puñetero enemigo.
(En ambos casos, yo mismo).
Desorientado en medio de un bosque de árboles que no dan sombra.
Confundido dentro del laberinto de mis propias contradicciones.
Incluso hundido en el agua de un pequeño tazón de sopa.
Sólo, en medio del mar.
Habitando un ridículo trozo de tierra.
Ese diminuto espacio, que abandera mi independencia.
Ese insignificante lugar, que defiende mi libertad.
Ese sagrado rincón, que es mi propia esencia,
En la isla me abandono a mis pensamientos.
Y comienza a oscurecer.
Llega la noche.
Y pienso en negro.
Y afortunadamente, también en blanco.
Aunque al final, el sueño me vence.
Y la fantasía se apodera de mí
Y tengo suerte, cuando los pájaros de mi azotea revolotean a favor del viento.
Y ponen todo lo bueno de su parte.
La imaginación en todo su esplendor.
La maquinaria neuronal a pleno rendimiento.
¡Fuera la cabeza hueca, que solo sirve de hospedaje para el sombrero!
Soñar con el sol.
El viaje alucinante a otros mundos.
A otros paraísos de dulce clima.
A otras tierras de bondadosa existencia.
A otros paisajes nuevos, verdes y vivos.
Y siempre esperando que al final, la realidad no sea cruel.
Para eso, mejor seguir soñando eternamente.
Pero mejor, que el despertar sea con el sonido suave de un mar en calma
Con el firme deseo de que el oleaje acerque su sonrisa hasta la orilla.
Y que en la arena se quede bien pegado un salitre de esperanza.

PD.- Muchas veces el mar arrastra hasta la orilla los restos de algún naufragio.
Y si escuchamos con atención, las olas nos susurran al oído, y quieren decirnos
que sepamos crear del fracaso, la oportunidad, que en forma de material de
desecho llega hasta nosotros, para transformarlo y partir de ahí volver a utilizarlo
para reconstruir el edificio de nuestra propia vida.

Fran Laviada.
www.franlaviada.com
Franalvarez22 de enero de 2011

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