La miro de refilón. Tan de refilón que quizá sea mi inconsciente el que la está mirando.
Entre las patas del banco pasa un escarabajo huidizo; respondo a su ansiedad con un leve movimiento de pierna -pasá tranquilo, no te pienso matar-.
-Pensé que los escarabajos caminaban más despacito
Abre las manos como los pétalos de una flor y se deja entrever. Roja y empapada en lágrimas, debía tener las mejillas como un pegote.
-¡Sos un hijo de puta!- Y zas, vuela el reloj despertador de Catamarca. Respondo a su ira con un leve movimiento de cabeza, el reloj se estrella y se despedaza Tirame lo que quieras, no me pienso violentar-.
Retoma el sollozo ahogado.
Pobrecito, el tipo se dio vuelta como una tortilla y trata de enderezarse con las alas mientras sacude las patas en una especie de breakdance macabro. No puedo evitar reírme; en situaciones como esta los hechos arbitrarios resultan doblemente graciosos: el choque de una mosca en la ventana, aquella señora gesticulando, un escarabajo (será la ansia de escapar). Pero la pobre piensa que me rio de la situación, que me rio de ella, que no debería reírme, que soy un insensato por hacerlo. Lo que no entiende, es que si aún sonrío es justamente por la misma razón que toda esta circunstancia tiene lugar: porque me ha dejado de importar.
-¿Ya te vas?
Todo un temerario señor, enfrentando esa mirada en Sol Mayor con semejante pregunta, particularmente con la tormenta de objetos amenazando, todo un valiente.
Dejáme tranquila. ¿Ya te vas? ¡Dejáme tranquila! Andáte.
Entornó los ojos; claramente no me reconoce. Lo único digno de relatar es su largo pelo lacio flameando mientras se largaba dejando la puerta abierta y el eco de los tacos apuñalando la madera. Suspiré concienzudamente.
-Ya ves, padre -dije al escarabajo. Pero Rebeca lo había pisoteado al salir.
