Seguía aún allí, con su blanco delantal. Olía a frutas, a patatas nuevas, a invisibles mariposas que se posaban sobre las primeras fresas. Me gustaba mirarla y sin que se diera cuenta le pellizcaba un racimo o le daba la vuelta a alguna manzana. Tenía algo de ser vegetal, pero grandioso. Lo que le sobraba lo regalaba. Muchas manos supieron de grande tomates tocados, de puerros durillos, de hortalizas que lloraban lagrimones de huerto. Seguía aún allí cuando me marché a otra parte. Cada fruta es una carta de aquella flor eterna y dulce.
Grekosay:
Me has dejado con unas ganas de probar todas esas frutas de tu huerto.
"Cada fruta es una carta de aquella flor eterna y dulce".
Me encanto.
Sergio.