Soy mi propio final. Cerrar los ojos presumiendo la ironía de una total ausencia de luz. Un juego perturbador, o inútil,; no lo sé. Desconozco los sentidos de esta violencia terminal contra mi propio verbo. Toda la desdicha se ha convertido en océano, amplio y difuso, confusión del aletargamiento de mi pequeñez. Ignoro las voces que tratan de etiquetar las vidas de los otros, las vidas de los muertos, las vidas de los hipócritas, convertidos en cariátides de templo suburbano. He cerrado la ventana por el ruido. ¿ Lo escuchan? Son los agónicos cantos de la gente bienintencionada. Pasos, una y otra vez. Puertas abriéndose y risas que ofenden la verdad. Aprieto mis párpados hasta hacerme daño. Suena el dolor a sutil carcajada de un fantasma inexistente. Recuerdo una hermosa mansión derrumbándose bajo el peso de su orgullo. Dias de cañaberal y esas voces traídas de las islas del sur. Un loro, como centro de todo un poema escrito en la bata blanca de una hermosa cortadora de caña. Aquí nos enseñan a morir despacio, como si fuéramos formando parte de un suelo en forma de terrazas de olvido. ¿Lo escuchan? Son sueños, aparatos de la mente desconcertada por su propio engaño. Puertas en el nocturno del día. Un loro abandonando la estancia y la suavidad de un silencio nacido de mil bocas. La tarde adormecida entre tus negros brazos y tu bata blanca.
Tu escrito es un cuadro pintado con palabras... Casi me parece estar sentada junto a usted escuchando.... simplemente escuchando...