Corto el ramo, como con la suficiente largura para formar parte de la palma de la mano. Rosas apretadas. Capullos de olor. Colores entretejiendo una madeja de vida olfativa. Despacio, como solía caminar, y con el ramo en la mano. Contrastaba con la suciedad de las aceras y el olor rancio a falsos bellocinos de oro. Miraba sus rosas, identificando cada una de sus diferencias. La forma final de los pétalos sabrosos, y ese punto oscuro, que sobre un pétalo disonaba. Se detuvo para admirar un inmenso escaparate cuajado de flores de plástico. Advirtió su silencio, su ausencia de tacto, su oculto mestizaje entre la mano sutil y la venta al por mayor. Buscó el lugar donde las rosas simulaban una elegancia aprendida, un advenimiento falso y perturbador. Cerró los ojos. Apretó su ramo y dejó de sonreir. El falso dilema de una vida cubierta de rosas de plástico, quizá era su oculta verdad. Hoy, su vanidad lujuriosa le había lanzado hacia la ebriedad del momento: rosas vivas, como extintos presagios de una eternidad jamás vivida.

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