Se ciernen los árboles
en nuestro paseo de encuentro,
explotando nubes
oscuras por su llanto,
sobre el roce animal
de nuestras manos.
Relámpagos envidiosos
abrazan al cielo
que adivina nuestro deseo
de alientos en el rostro
sobre sabanas blancas
cubriendo unas pieles
pulidas de roces.
Quedan atrás las horas muertas
de un reloj derrotado,
hecho pedazos
por la esencia seminal
de nuestro primer beso.
Se mueve la tierra
con el eco de tu pelo suelto
invitando a mi mano
a recorrer su infinito
de luces y sombras.
Una gran falla hambrienta
sin nombre, sin tiempo
engulle el entrelazado
de nuestros cuerpos hambrientos
de latidos de brisa
de vuelo libre
hacia el mismo centro de la tierra,
tan ígneo
como la incógnita
de nuestra presencia.