Retorcieron sus cuerpos
en la noche silvante,
en el firmamento
sin horizonte,
que vibraba un instante...
Y retorcían sus cuerpos
en el anonimato de la sombra,
arrancando a mordiscos
la vida caliente del pecho
de la bestia sangrante...
y degustaban el placer,
la corrosión maldita
de sus bocas babeantes,
de sus escrúpulos prohibidos
de sus tabús palpitantes.
Y se retorcían escondidos,
como las alimañas malditas
de un sueño degradante,
la arcaica y primaria
infección del carácter,
el soplido lejano
de un murmullo insaciable.