Tiene un andar bohemio y unos ojos pardos que dan la bienvenida hasta al otoño más frío. Sabe a dónde va y el mundo le abre paso. Sonríe con aire de prepotencia por recelo a que la rompan. Su debilidad está en el miedo. Tiene una mirada que cuando no se esconde rima con cualquier verso que entone armonía. Y una voz que cuando ríe enamora hasta al alexitimico de turno, aunque ella abraza un mutismo emocional que la vacía. Es de noviembres traicioneros, diciembres fríos y eneros empapados en noches, de un febrero de 30 días y marzo de aguas mil; abril no existe en su calendario y las agujas del reloj toman ritmos diferentes.
Hay una guerra entre su cima y su corazón y por ahora nadie gana. Hay un recuerdo marcado en la costura de cicatrices que se abren cuando llora. La lluvia del rocío mima sus heridas y bajo la capucha se esconde un rostro que sufre más que vive; hace ya diez años y su curva más bonita no insiste: se corrompió con su inocencia.
Me ha encantado. Simplemente eso.