Lo conocí enamorado y, como con todos los enamorados, me pareció imposible que no fuese de mí. Pero él solo quería tener durante unas pocas horas, entre mantas y extremidades cruzadas, la sensación de tener una casa. Una flaca con ojos de ángel le había robado eso y otras cosas, de las que él nunca hablaba.
Pero entre tanta pérdida sí le había dejado algo: el gusto por lo complicado. La fuerza de la costumbre había acabado por forzar en él una curiosa adicción al drama. Buscaba las mujeres más extrañas para fingir amarlas. Vivía como si la vida fuese un lienzo, como si de alguna forma estuviese escribiendo una historia disparatada que quedaría atrapada en el tiempo. Se lanzaba a cualquier posible hazaña, por valentía o ansiedad suicida, con la inconsciencia de un adolescente y la apacible calma de los ancianos.
Su historia era realidad y era ficción, era una entretenida obra de teatro, mentirse su forma de vida y escapar su mayor talento.
Simplemente hermoso.