La operación militar encubierta que “mató” a Osama bin Laden seguramente será argumento para la literatura en décadas o para guión de la filmografía de Hollywood, muy probable digno de una película taquillera -declaró entre risas Barak husein Obama -todo fue impecable, el planeta lo cree así, y los pocos testigos así lo confirman... el sonido de los helicópteros, el caer en rapel de los chicos del comando Seal, los tiros, las explosiones y luego partir con el cuerpo mío ¡jajaja! -acotó Osama, mientras se acomodaba el turbante.
Y todo fue rápido, la ceremonia encubierta en el portaviones, el arrojar el “cuerpo” al mar, como en tiempos de los piratas a manera de entierro, envuelto en sábanas blancas lastradas con plomo. Todo esto lo presenciaban desde la cabina de mando de la nave, Obama y Osama. Este último comentó en forma aguda y jocosa -¡El que quiera visitar mi tumba, tendrá que hacerlo en el fondo del mar y en submarino! jajajaj -una formidable carcajada soltaron los presentes, el capitán Henry Morgan, el insigne almirante Sir Francis Drake, representante de la reina Isabel, y unos pocos más que presenciaban el evento, entre ellos yo, que era en ese momento, el fotógrafo oficial del Pentágono.
Luego en Hawai, en la intimidad de la casa de los Obama, donde asistí a la celebración, llovían las felicitaciones a los ilustres protagonistas, hasta Supermán pasó en raudo vuelo rasante, saludando a todos. Pude observar que también estaba El Guasón, tratando de pasar inadvertido con ese cabello verde... quizá intentó alguna trampa al hombre de acero. El clima cálido y encantador se había adueñado de la escena, los entremeses exquisitos y los bailarines hawaianos del ula ula sensacionales, todo una mezcla de pomposa etiqueta de parte de unos y el otro extremo, la informal vestimenta de nuestros famosos personajes, que gozosos y embriagados de felicidad, departían recibiendo y dando besos, abrazos y firmando autógrafos, posando de igual manera para las fotos de rigor y todos los asistentes sabían que debían ser discretos con las fotos, herméticos, no divulgar el secreto de toda la maniobra, so pena de muerte. En eso todos estábamos enterados y de acuerdo.
No me quedé impasible ante tanto bullicio, era contagiante lo que se respiraba y entre tantos tragos y comida tomé la primera foto de ellos (Osama-Obama), la envié por mail a mi jefe, y no se sabe como, fue a parar a la redacción del periódico New York Times, foto que fue insertada por error o saboteo en la edición que se elaboraba y salió en primera plana la mañana del día siguiente, causando un gran revuelo planetario, nunca se aclaró quién fue el culpable. Dicha foto ganó el premio Pulitzer, Obama reeditó el Nóbel de la Paz y Osama estrenando una apacible y confortable cueva en Afganistán.
Y por este lado, a mi jefe lo despidieron como secretario de prensa del Pentágono y luego arrestado. Lo mismo me ocurrió a mí, nos conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua. Escribo este relato tras las rejas, y ahora se sabe que siempre habrán nuevos Osamas, Obamas, Al Qaedas y pretextos para invadir, masacrar y arrasar países, aunque el motivo siempre será el mismo invariablemente: El petróleo, la mentira e intentar ser el policía mundial.